lunes, 19 de mayo de 2014

LA LEYENDA DE LA CRUZ DE JUÁREZ

   Sobre el siglo XVI vivía en Córdoba un caballero de gran fortuna, era visto por sus conciudadanos como un hombre amable, misericordioso y honrado. Pero tras su buena fama se escondía un hombre miserable y depravado. Antón de Juárez, que era el nombre de este vil caballero, estaba casado con una dama que por motivos de su avanzada edad se encontraba enferma, y la belleza que antaño desprendía, se marchitaba a pasos agigantados. 

   Este hombre iba siempre bien acompañado, se dejaba ver diariamente con los padres de la Merced y San Pablo, pero a sus espaldas, se veía con hombres de la peor calaña, y entre ellos, un compadre suyo que vivía en la collación de Santa Marina. Con este hombre de muy baja honorabilidad vivía una mujer joven y hermosa, y de la cual Antón de Juárez estaba ciegamente enamorado. 

   Poco a poco el cariño y el amor que una vez sintió y procesó a su mujer fue convirtiéndose en odio, y el amor que abandonaba a una se lo regalaba a la otra, y de esa manera, por unas monedas de su fortuna aquella joven mujer le entregaba su amor a Antón de Juárez. 

   Un día, Antón se le ocurrió la genial idea de marchar a su casa de recreo junto a su esposa, y la infeliz esposa se perdió en sus recuerdos, incrédula de pensar en que el amor entre el matrimonio volvía a florecer. Pero estando allí, Antón de Juárez organizó una romería en la sierra con sus amigos. Tras unos días sin noticias de su esposo la vieja esposa empezó a palidecer por el dolor que le causaba la extraña ausencia de su marido durante tantos días.

   Una noche de tormentas bajaba raudo por el camino que llegaba al molino de Sansueña un jinete con su caballo. La oscuridad de la noche y el mal tiempo hicieron imposible identificar esa figura, se dirigió a la casa de recreo de Antón de Juárez, entró en la casa y los perros guardianes se le echaron encima, pero los ladridos acabaron antes de empezar, y los perros saludaron esa figura amistosamente. El individuo entró en la casa, se dirigió a la habitación donde descansaba la vieja esposa y con una daga la acuchilló de manera que con el ropaje no se viera la mortal herida y se pensase que había sucumbido a su enfermedad. La victima sólo pudo susurrar: ¡Juárez! ¡Mi esposo! ¡ Yo te perdono!.

  La figura salió centelleante retornando por el camino que había venido, con la casualidad de que un relámpago cayó en el jardín y empezó a incendiar la casa. Los criados al grito de ¡Fuego! intentaron salvar a su señora, pero la imagen que encontraron fue de la yaciente y ensangrentada mujer.

  La noticia corrió como la pólvora por la ciudad, y Antón de Juárez bajó de la sierra con una tristeza marcada en su rostro, junto a él se encontraba el primo de la esposa, quien no se creía la versión de los criados, los cuales dijeron que había muerto a causa de su enfermedad. Este primo empezó a preguntar a todos los criados, pero no halló prueba alguna que lo contradijese, y poco a poco la cuestión se abandonó.

  Dos años sólamente guardó el luto Antón de Juárez que se volvió a casar en segundas nupcias con aquella joven mujer con la que mantenía una relación extramatrimonial. Pero el destino se guarda algunas venganzas, y ahora era él el desdichado marido que estaba sometido a su esposa, sometiéndole ella las mayores bajezas que se le podían realizar.

  Diez años después de los acontecimientos ya olvidados murió un miembro de la familia, y como era normal se enterró en el panteón familiar, y fue allí donde el primo y los amigos de la primera esposa de Antón de Juárez descubrieron una hoja de daga, una hoja muy peculiar de la que tenían constancia su procedencia. Al día siguiente toda la ciudad sabía lo que había sucedido y el corregidor fue avisado, dirigiéndose hacia la casa de Antón

  Antes de que llegase el corregidor el compadre de Antón de Juárez corrió raudo para avisarle de lo acontecido, y tras dialogar ambos que lo más sensato era acogerse a su enfermedad se metió en la cama, pues ninguno de los que aquel día estuvieron de montería con él testificarían en su favor. Y así pues, el corregidor llegó con los alguaciles y se declaró culpable de asesinato al viejo caballero, pero alegando enfermedad y testificada por el médico de la familia se le condenó a no salir de la casa hasta su muerte.

  Una noche vestido de Franciscano y con la escusa de darle los últimos sacramentos entró a la habitación de Antón de Juárez el compadre de este, y tras una conversación entre ambos cargaron dos caballos con todos los cofres de las riquezas que le quedaban al viejo Antón. Una vez cargados los caballos se dispusieron a partir, y a al salida de la casa, en el camino, empezaron a discutir sobre lo que debería de acontecer. 
 - Antón, compadre, yo dejo a mi esposa e hijos por tí, dejaré incluso mi país, pero no tengo tu riqueza, ¿qué será de mi?   
 - tu vivirás de mi, hermano, mi suerte será tu suerte
 - no Antón, no me fío de ti, eres un traicionero, dame la mitad de tus riquezas ahora mismo porque no me tratarás como un criado, cuando soy yo el que te puede condenar
 - de acuerdo, te doy la mitad de mis riquezas, coge lo que quieras. Pero mientras que su compadre cogía lo que le pertenecía, Antón de Juárez se abalanzó sobre él con una daga para matarlo gritándole: ¡Muere sucio ladrón!. Pero el compadre fue más rápido y se deshizo de Antón tumbándolse contra el suelo y apuñalando al que hasta entonces fue su amigo. Cogió los dos caballos y huyó diciendo ¡preferiste matarme antes de darme la mitad de tus bienes, ahora yo me lo quedo todo!
   
   Al día siguiente la noticia de que un hombre encapuchado se encontraba muerto en la calle hizo alarmar al corregidor que tras trasladarse al lugar de los hechos levantó la capucha y descubrió el cuerpo de Antón de Juárez, y tras comprender lo que el miserable pretendía registraron su casa, no encontraron ni dos caballos ni todo su oro, además su compadre también había desaparecido. Se estableció una búsqueda de este por asesinato.
  
  A los pocos días el compadre fue visto cerca de Extremadura, pues el peso de los cofres hizo que los caballos fueran lentos, y aquellos que lo conocían lo denunciaron pues vieron sospechosos aquellos cofres que portaba. Fue detenido y devuelto a Córdoba, donde fue condenado a perder la cabeza en el mismo lugar donde cometió el crimen, y una vez justiciado los hermanos de la Caridad recogieron el cuerpo yaciente y colocaron en aquel mismo lugar, como era costumbre, una cruz para conmemorar aquel lamentable suceso. Y desde entonces se conoce a este lugar como la Cruz de Juárez.

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