La calle cabezas se encuentra
paralela a la Calle San Fernando. Aparece junto
la fachada del torreón medieval de la casa de los Marqueses del Carpio. A su amparo se suceden las casas
señoriales como la número 6, conocida como la de los Condes de Zamora de
Riofrío.
Justo al lado, tras una cerrada
verja, se adentra un callejón tan angosto que casi se besan sus tejados; es la
calleja de los Arquillos, que ostenta descarnados muros de ladrillo y un
escalonado pavimento empedrado. Haciendo honor a su topónimo, la cruzan
transversalmente tres o cuatro arquillos que acentúan la perspectiva de
profundidad. En este lugar anida una de las muchas leyendas históricas que
Córdoba alumbra, y de la que proporciona pista la lápida que figura al
exterior:“Dos insignes historiadores cordobeses, Aben Hayan, Ambrosio de
Morales, y un cantar de gesta castellano nos dicen que en el año 974 en esta
casa estuvo preso el señor de Lara Gustios
González y que las cabezas de sus hijos los siete infantes de Lara, muertos en el
enfrentamiento contra Almanzor, fueron expuestas sobre estos arcos”.
El Conde de Lara, Gustios
González, tenía siete hijos, todos hermosos, bizarros y atrevidos como su padre.
Su primo Ruy Velázquez los invitó a su boda, así que ellos se encaminaron hacia
Burgos donde sería la fiesta. Encabezaba la comitiva don Gustios y le seguían
criados, halconeros, trovadores y cómicos y también soldados en fuertes
caballos y sus hijos. Eran siete donceles altivos, valientes y amantes de su
tierra y de su nombre. Ellos eran los de Lara.
La feliz prometida era doña
Lambra y ésta presidió el torneo que se celebró días antes de la boda. Ella
quería que ganase la pelea su primo Alvar Sancho, pero no fue así, porque la
misma doña Lambra tuvo que proclamar vencedor a Gonzalo, el menor de los Lara.
De ahí nació el odio de ella hacia los primos y su deseo de venganza, que logró
transmitir a su esposo Ruy Velázquez.
Para empezar urgió a don Gustios
para que marchase a Córdoba en misión secreta y muy importante ante el moro
Almanzor; allí entregaría unos documentos muy reservados de la corte de
Castilla a los que el mismo Almanzor daría contestación. El noble castellano
deseaba cumplir con presteza y exactitud la misión a favor de su patria, así
que a los siete días del encargo ya estaba a las puertas de Córdoba. Llega
hasta Almanzor y no acababa de dar la misiva el general cuando estalla en ira;
don Gustios le había presentado nada menos que su sentencia de muerte, que era
lo que traía con tanto secreto y empeño desde Burgos.
Almanzor hubiera querido
liberarlo de aquella traición, pero era demasiado buen conde y buen general
para poderlo ayudar, así que lo dejó encerrado en la última torre del Alcázar, junto
al río y esperó que llegasen noticias de Castilla.
Don Gustios se deshacía en
lamentos encerrado en la prisión mientras maldecía la infamia de Ruy Velázquez
sin poderla comunicar a sus hijos para que tomasen la merecida venganza. Aquel
infame, queriendo achacar a Almanzor lo sucedido deploró con los siete Lara la
ausencia de su padre y les juró que lo buscaría donde estuviere y, si era
necesario, pondría por él el rescate.
Tal era su fingimiento y mentira
que movilizó a cuatro mil infantes y setecientos jinetes al frente de los
cuales se puso él mismo, acompañado de los siete condes de Lara. Cuando
llegaron al castillo de El Vacar, ya en la sierra de Córdoba, el Ruy Velázquez,
porque dijo de reunir gente para atacar a Almanzor, se volvió a Castilla, encargando
la defensa y custodia del castillo a los Lara.
El traidor Ruy Velázquez, apenas
dejó a los Laras, mandó aviso a Almanzor, acusándolos de invadir su castillo
fortaleza y descubierto que tenían poca guarnición para defenderse. El general
árabe mandó inmediatamente un gran ejército contra ellos. El combate fue
encarnizado y cruel durante tres días con sus noches. Tres hermanos murieron en
la pelea y los otros cuatro, al último día cayeron prisioneros; a todos, vivos
y muertos, les cortaron la cabeza, llevando a las siete clavadas en picas a
Córdoba.
Desde la torre prisión oía don
Gustios los gritos algazaras que hacían los moros: celebraban por las calles,
en la Mezquita y por el margen del río, donde se humillaba y escarnecía a los
prisioneros, una gran victoria. Desde lo alto de la torre, porque sufriese más,
le dejaron ver la celebración. Y vio don Gustios a sus generales vencidos y a
su bandera cautiva y, al paso de la
comitiva advierte que las cabezas que llevan clavadas sobre largas picas y que
le muestran, con saña y descaro, son las cabezas de sus siete hijos.
Almanzor se compadeció del gran
dolor de Gustios, y porque sabía que había sido traicionado, lo liberó de las
mazmorras de la torre del Alcázar y lo dejó marchar a Castilla.
También cuenta la historia que
una hermana de Almanzor casó con Gustios y tuvieron un hijo que se llamó
Mudarra. Fue éste gran caballero y marchando con sus padres a Castilla el que
vengó, dando muerte a Ruy Velázquez y a su esposa, doña Lambra.
Aquí se encuentra el origen de la
leyenda en la calle Cabezas, siendo estas colocadas en los arquillos de
ladrillos que presenta dicha calle, allí estuvieron hasta que se consumieron,
cada una encima de un arco.
Según los estudios recientes,
esta leyenda queda encuadrada bajo el reinado de Sancho IV de Castilla. La Casa de Lara es un linaje de la
nobleza española, originario del Reino de Castilla medieval, que debe su nombre
a la localidad burgalesa de Lara de los Infantes.
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